Entró en el vagón y buscó con la mirada un asiento libre, vio uno, y se dirigió hacia él y se sentó. Miró por la ventanilla, en el andén la gente iba y venía con sus maletas. Se fijó en aquellos que estaban subiendo y entrando por la misma puerta que lo había hecho él un poco antes. Hacía frío fuera y se colaba en el interior. La puerta se cerró, finalmente, y el tren se puso en marcha.
Cansado, pronto empezó a dormitar; los párpados le pesaban tanto que era incapaz de mantener los ojos abiertos. Frente a él se habían sentado una señora de unos sesenta años y un chico de unos quince. La mujer desgranaba un rosario y murmuraba sus oraciones; el chico escuchaba música de su mp4 a través de unos auriculares minúsculos que casi no se veían.
Sujetó fuertemente la mochila y se durmió, profundamente. El tren tomaba velocidad y en treinta y cinco minutos llegaría a la primera estación, Cadwell. Una vez se equivocó y bajó allí, luego tuvo que esperar durante dos horas al siguiente tren.
En Cadwell bajó el chico y subieron varios pasajeros. Uno de ellos ocupó el asiento que había dejado el chico al marcharse. Parecía extranjero y la señora le miraba de reojo mientras continuaba con sus rezos.
El revisor llegó y pidió los billetes. Cuando le entregó el suyo, lo miró y le preguntó si estaba seguro de ir a aquella estación. Él le contestó que sí, que cómo no iba a estarlo si él mismo lo había elegido.
El tren cruzaba por un valle salpicado de pequeños huertos, que le daban una diversidad cromática al paisaje. Era Butterflies’ Valley.
Al cabo de cuarenta minutos empezaron a recorrer un terreno montañoso cubierto de árboles enormes. Cada vez estaban más altos y el bosque se iba aclarando, dando paso a una zona de escasa vegetación arbustiva. Pequeñas casas se veían dispersas por las montañas.
Dos horas más tarde, el tren paró en un pequeño apeadero y la señora del rosario llegó a su destino. Miró como bajaba, torpemente, al andén, cargando con una enorme maleta y mirando asustada a ambos lados. Allí no había nadie. La señora se sentó en un banco y al momento apareció una chica de unos treinta años, rubia y cubierta con una gabardina. Le ayudó a levantarse, cogió la maleta y la llevó hasta un automóvil. Subieron ambas y antes de que se fueran, el tren comenzó a moverse.
Sólo quedaban en el vagón el extranjero (o el que lo parecía) y él. Apenas se había fijado en el pasajero, le miró y sus miradas se cruzaron. En ese instante un escalofrío le recorrió la columna vertebral. Miró a ver si estaba abierta la puerta, pero estaba herméticamente cerrada. El hombre le preguntó algo que no entendió, pero, dándose cuenta, le alargó su mano con el ánimo de estrecharle la suya. Se presentaron y entablaron una educada conversación.
Menos mal que ya se le había quitado el sueño. La verdad es que había dormido profundamente. El pasajero se llamaba Adrien.
Nuestro hombre, Glenn, le preguntó a Adrien que a dónde iba y casualmente iban al mismo lugar. Eso estaba bien, porque así conocía a alguien, por lo menos, y le ayudaría a instalarse. Iba destinado como médico a aquel remoto lugar.
Adrien, entonces, en tono confidencial, le dijo, que no se preocupara, que él no sólo conocía aquel destino, sino que tenía como misión acompañarle, que ese era el motivo de su viaje. ¿Cómo es eso?- preguntó Glenn- ¿te mandan del Ministerio?
Adrien le dijo que no, que a él le enviaban las altas esferas para hacerle más fácil su llegada.
Faltaban quince minutos para llegar a su destino. Mirando, sin que le viera, se dio cuenta que Adrien era bastante raro. Vestía totalmente de negro, escrupulosamente elegante, zapatos italianos, corbata negra de seda. Le llamó la atención que un hombre tan bien vestido y con tanta clase tuviera las uñas largas, muy bien cuidadas por supuesto. ¿Sería músico? ¿Y cómo le habían enviado para acompañarle? Él no era tan importante, sólo era un médico de pueblo.
Sintió que el tren paraba. Cogió su mochila y se la puso a la espalda. Miró su reloj, sincronizado con el de la estación. Bajaron, y el jefe de estación les miró con una sonrisa y les dijo –Bienvenidos a Nowhere. En este lugar todo el que viene, se queda- Y haciendo un guiño a Adrien se fue. Parecía que hoy se iba cruzar con gente cada vez más extraña.
Adrien le dijo que tendrían que andar un poco, que allí no había taxis, y se pusieron en marcha. No sabía a dónde se dirigían ni por qué obedecía a alguien que acaba de conocer y que le producía desasosiego.
Tras media hora andando por un camino llegaron a un túnel oscuro y lóbrego. Adrien le dijo que al final estaba su destino. Hacía frío y olía a humedad. Acompañó a Glenn durante un trecho, se paró y después de un instante siguió con él. Cuando llegaron al final no le dio tiempo a ver nada. Se precipitó al vacío.
Adrien, encendiendo un cigarrillo, murmuró: - uno más y dejo esto -. Estoy cansado de esta rutina. Le gustaba más su antiguo uniforme y sobre todo la guadaña, pero es que con él ya no engañaba a nadie y la gente huía. Recordaba aquellos tiempos en los que la Peste asolaba Europa y no le faltaba trabajo, pero ahora cada vez tardaban más en hacer el viaje, por eso tenía que utilizar toda una serie de artimañas para llevarlos al más allá… (mmhr, 2009)
18 comentarios de Free Like The Wind
MANUEL dijo
merhum dijo
NuriaNómada dijo
Un relato interesante, Merhum. Un abrazo.
merhum dijo
Gracias por tu visita, Nuria. Un abrazo
NuriaNómada dijo
gloriainfinita dijo
merhum dijo
merhum dijo
Me alegra que te guste. Intentaré darte más que leer. Besos
popochan dijo
wonderfull post,
no death, no pity,
only admiration,
soberb stile.
No waste, no fluttering.
You are the best.
Loving you in the rain,
Pop.
merhum dijo
Manuel Cascales Guindos dijo
merhum dijo
libertadveinte dijo
la muerte no distingue de profesiones.
A mí, que no me lance al vacio que tengo vértigo. Mejor
que me dé un trancazo.
Muy buen relato. Llevas la mente a todo tren.
Saludos.
merhum dijo
Gracias. Un abrazo
framulaverde dijo
merhum dijo
Gracias, framulaverde. Un abrazo
ovalis dijo
De todos modos, no pensar demasiado en ese personaje, como bien dices, es una buena filosofía y me apunto
Besos
6 comentarios:
Un excelente relato. ¡Qué envidia me das! yo tengo poca imaginación.
Parece que, al menos, el viaje fue entretenido...
Besos.
Siempre interesante....
Saludos
Gracias, Estrella. Desde luego imaginación no me falta...Un beso.
Siempre tan atento, Mark. Gracias. Saludos.
Me agrada el relato: la muerte cumpliendo órdenes superiores y pasando apuros como cualquier hijo de vecino. Y eso de tener que engatusar a la gente para completar los lotes de difuntos solicitados: delicioso.
Bueno, que pase apuros en su trabajo, así como nosotros los pasamos en nuestro trabajo de vivir.
Un abrazo Mercedes.
Gracias, Pensador. Me gusta mucho la vida para darle facilidades a la muerte ;-)
Un abrazo.
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