Se despertó con el olor a tierra mojada. Hacía tiempo que no llovía y la tierra reseca absorbía con ansia el agua. Estaba acabando el verano, se oían los truenos de la tormenta cada vez más cercanos; la luz de un relámpago iluminó el dormitorio y se levantó para bajar las persianas. Desvelado, fue a la cocina y cogió una cerveza; decidió ir a la biblioteca y ponerse a leer.
Cogió un libro y al cabo de media hora se dio cuenta que no había pasado de la primera página. No podía concentrarse, estaba inquieto, la lluvia seguía de manera torrencial...Otras veces cuando no podía dormir salía a dar un paseo pero esta noche no era apropiada para ello. Se fumó un cigarrillo y entonces recordó el día que era. Sí, era el 19 de septiembre, nunca había olvidado ese día; tal vez eso fue lo que lo desveló y no la lluvia.
Hacía mucho, mucho tiempo, un 19 de septiembre, había conocido a una chica. Era la chica más atractiva de las que estaban en aquel pub de Londres. Empezó a observarla, había echado una moneda en el juke box, eligió una canción de moda, y junto a otras de las chicas empezaron a bailar. Un tipo, vestido de militar, se acercó, la cogió del brazo para bailar con ella y empezaron a discutir..., entonces, él fue hasta ellos y preguntó a la chica si la estaba molestando. El militar, que estaba bebido, le dijo que era su novia que no se metiera en sus asuntos, pero la chica negó tal cosa, ella no le conocía de nada y no quería bailar con él...
Las escenas de esa primera noche las tenía grabadas en su mente como una película inolvidable.
Se presentó y le preguntó su nombre. La chica era italiana, de Nápoles. Él le dijo que era irlandés, con el orgullo que sienten los de su tierra, y que su madre le había transmitido. Ambos estaban de paso en Londres. Nunca lo olvidó. La invitó a una copa y estuvieron hablando y hablando, conociéndose, mientras la atracción crecía en él, en ambos, pues ella parecía enviar señales...Hacía calor allí dentro y se levantaron para salir a la terraza y sin pensarlo se abrazaron y se dieron sus primeros besos. Se sintió flotar, aquella chica le hizo sentir lo que nunca había sentido con las que le precedieron.
Sus amigos vinieron para decirle que se marchaban y poco después las amigas de ella también querían irse ya. Ellos decidieron quedarse y cuando ya estaban solos, salieron dando un paseo por el río. Hacía una noche fantástica, aunque para ella un poco fresca, y ellos hablaban, a veces atropelladamente, nerviosos y no dejaban de abrazarse y besarse. Finalmente, la acompañó a su apartamento, después de citarse al día siguiente en el mismo sitio en el que se habían conocido.
Esa noche no pudo dormir pensando en ella. Cuando se levantó decidió que iba a ser "su chica". Se lo comentó a su mejor amigo y a este le extrañó porque pensaba que no era su tipo. El día se le hizo muy largo, tuvo muchos problemas que casi le hacen olvidarse de la cita, pero llegó puntual; ella ya le estaba esperando. Por cierto, ninguno de los dos había podido zafarse de los amigos.
Se fueron a otra zona de marcha, ella quería bailar, pero él prefería estar charlando mientras bebían algo y así conocerse mejor. Tenía una idea rondando su mente. Era muy tarde cuando salieron, estaban solos, como la noche anterior y terminaron en su habitación, pues le había pedido a su compañero que por favor le dejara estar solo esa noche. Por la mañana, muy temprano se despidieron, pues ella tenía que asistir a unas conferencias y después cogía el avión de vuelta a su país. Él prometió que se verían allí en dos semanas...
Siempre se preguntó que habría pasado de no separarse, si hubiesen estado más tiempo juntos, si hubiesen vivido en la misma ciudad. Pasó el tiempo, él, entonces, tuvo que marcharse precipitadamente por una emergencia familiar; una serie de circunstancias se concadenaron y no pudo ir a Nápoles. Le escribió contándole todo, disculpándose e invitándola a visitarle. No sabe que ocurrió, no recibió respuesta. ¿Se habría quedado esperándole? Quizás, ella no sentía lo mismo que él y por eso no contestó. Desesperado, se decía que ese no podía ser el final.
Meses después recibió varias cartas. Al parecer ella no recibía las que él cada día le había escrito...Le dijo que era imposible ir, estaba ocupada con sus estudios y el trabajo. Se quedó roto, no podía dejar pasar la oportunidad laboral que le había surgido en México. La distancia que los separaría ahora sería mucho mayor, era imposible mantener, tener, una relación incipiente a tantas millas de distancia.
Pasó mucho tiempo, días, semanas, años...Siempre recordó esa fecha, su nombre, aquella experiencia inolvidable. Volvió muchos años después a la ciudad de la chica, estaba casado, pero tenía que buscarla, explicarle lo que seguía sintiendo. Cuando nació su primera hija le puso el nombre de ella...Se divorció y al poco se volvió a casar. Entre ambos matrimonios tuvo muchas novias. Con la segunda esposa volvió a viajar para buscarla, pero era como buscar una aguja en un pajar. Fue imposible. Volvió a divorciarse. Ahora estaba solo, con sus recuerdos, el trabajo, casi no veía a su hija, viajaba mucho, se convirtió en un trotamundos cada vez más solitario.
Un trueno hizo que temblaran los cristales y volvió a la realidad, a su insomnio.
Conectó el ordenador, revisó el correo (casi todo publicidad y facturas). Después entró en una conocida red social; no le gustaban las redes sociales pero su hija y su segunda esposa, con la que mantenía una buena amistad, se la recomendaron para que no se sintiera tan solo. Tenía varios mensajes: un amigo le proponía un partido de tenis al día siguiente, su hija le contaba que había conseguido un trabajo acorde a su preparación, etc. Entonces, tuvo una idea, no sabía muy bien si lo que se le había ocurrido funcionaría; puso en el buscador el nombre de aquella chica, encontró muchas que se llamaban igual, fue mirando las fotos, y entonces se fijó en una de ellas, creyó reconocerla, quería reconocerla. Le envió un mensaje, breve, en clave, solo si era ella de verdad sabría entenderlo. Después se fue a la cama y se durmió profundamente.
Llegó el otoño, le siguió el invierno y, a principios de primavera, ya ni se acordaba de aquel mensaje que había enviado a la, seguramente, desconocida. En esos meses había salido con un par de chicas, pero seguía solo. La soledad cada vez le pesaba más.
Una tarde, recibió un mensaje ¡de la desconocida! ¡Era ella! ¡Su chica! Sin duda alguna. Había pasado toda una vida y volvían a encontrarse. Hicieron un repaso de sus vidas hablando durante horas por la red. Mantuvieron una relación a distancia, pero muy íntima, un imposible, durante muchos meses. Hablaron de volver a verse, hicieron planes, vivieron en una burbuja como si siempre fuera el día que se conocieron hacía tanto.
Ahora vivían cada uno en una parte del mundo, él en California y ella seguía viviendo en la misma ciudad, pero no veían la manera de poder reencontrarse. Ella le contó que cuando se conocieron estaba enferma desde hacía años y le habían dado pocos meses de vida; estuvo viajando con dos amigas para pasarlo bien el poco tiempo que le quedaba, cumpliendo las típicas cosas que se ponen en una lista en estos casos. Él le explicó qué había tenidos dos esposas, que con las dos fue a buscarla, que le había puesto su nombre a su hija y que estaba solo. Ella, sorprendida gratamente al escucharle, le dijo que seguía enferma, que era un "milagro" haber sobrevivido tantos años con aquella enfermedad, y que nunca se había casado.
Los primeros días fueron raros, hablaron y hablaron recordando el pasado. Pero, poco a poco, consiguieron compenetrarse bien. Durante aquellos meses fueron muy felices, a distancia, como si no hubiera pasado el tiempo. Hablaban de todos los temas, eran muy buenos conversadores, reían, cantaban, se contaban sus vidas..., pero la enfermedad de "su chica" se reactivó y fue agravándose. En varias ocasiones estuvo hospitalizada. Ella le pidió que viniera a verla, que pasaran juntos el tiempo que le quedaba. Él intentó arreglar un permiso o una excedencia en el trabajo, lo consultó con su hija, tenía algunos ahorros...Un día recibió un mensaje, un tanto extraño, le daba las gracias. Fue el último, ya no recibió ninguno más.
Tenía que ir a verla, saber qué pasaba, tal vez estaba en el hospital. Estaba preparando el viaje (hacía ya dos meses que no tenía noticias de ella) cuando recibió una llamada telefónica de un número desconocido. Era una hermana de su chica, le explicó que llevaba tiempo sin saber de ella, que llamó a algunos amigos y vecinos y nadie sabía nada. Todos decían más o menos lo mismo, desde hacía casi dos meses no sabían nada de ella. Entonces fue a su casa, y la encontraron en su cama, en estado de descomposición, fue muy traumático. Tuvo que intervenir la policía y venir el juez para hacer el levantamiento del cadáver.
Había dejado dos cartas, una para su familia y otra para que se la enviaran a él. En su agenda encontró su número de teléfono y le llamó para comunicarle el fallecimiento de "su chica". En la carta decía que por fin había conseguido ser feliz, parecía como si su enfermedad hubiera estado dormida hasta que se reencontraron y a partir de ahí se fue consumiendo. Había estado guardando parte de los medicamentos que le recetaban para practicarse la eutanasia cuando viera llegar el final, pues el suicidio asistido no estaba contemplado en las leyes de su país...
Siempre seguiría recordándola como aquel 19 de septiembre. La segunda oportunidad que les dio la vida, aunque fuese a través de las redes, a distancia, les hizo alcanzar una felicidad plena, pues en realidad sus mentes nunca se habían separado. mmhr/2020
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