La calle era estrecha y oscura. Apenas cabía un coche y por ambas aceras no pasaban a la vez dos personas. No era muy tarde, aún no eran las diez. Durante el día esa calle tenía su ajetreo, incluso a esas horas en invierno y con el frío que hacía había algunos vecinos hablando en las puertas de sus casas.
La chica iba bien abrigada y llevaba la capucha de su abrigo puesta. Había estado en casa de una compañera preparando un examen y volvía a su casa. Los libros sujetos entre su pecho y el brazo derecho, la mano helada; su otra mano metida en el bolsillo del abrigo.
Oyó unos pasos apresurados detrás suyo, alguien se paró justo a su espalda, le puso un pie trabándole los suyos, con un brazo le rodeó el pecho y con el otro atrajo su cabeza hacia atrás tapándole la boca y la nariz con la otra mano; era una mano muy grande que le tapaba casi toda la cara. La chica no podía moverse, estaba totalmente inmovilizada. El hombre, porque evidentemente lo era, alto y fuerte, apretaba su cuerpo contra ella. Ella aterrada se ahogaba, no podía respirar; se dio cuenta que no se había quitado las gafas que usaba para estudiar y temió que se rompieran y se le clavara algún cristal en los ojos; se asfixiaba; su mente iba a mil por horas, ¿es que nadie se daba cuenta de lo que le estaba pasando? Sacando fuerzas, no sabe de dónde, abrió un poco su boca y mordió, sí, mordió en la palma de la mano a su agresor, sus finos dientes mordieron y sintió el sabor de la sangre en su boca. El hombre no la soltaba a pesar de eso, cada vez apretaba más, y ella desfallecía...Vio unas vecinas enfrente que les miraban pero no hacían nada. Un coche se aproximaba, les iluminó con los faros y el conductor, un taxista, les miró y ¡menos mal!, paró el coche y se bajó para ver qué ocurría. El agresor aflojó soltándola y dando rápidamente la vuelta huyó corriendo, escuchándose sus fuertes zancadas sobre la acera.
Entonces se acercaron varias personas, preguntaban qué le había pasado, lo habían visto todo pero pensaron que eran una pareja de novios ¡¡!! El taxista le ofreció un pañuelo para limpiarse la sangre, y dijo que si quería que la llevara al centro de salud o a algún otro sitio. Ella le dijo que si podía la llevase a su casa, que estaba muy cerca de allí y así lo hizo. Necesitaba sentirse segura, en su casa con su familia.
Nunca agradeció lo suficiente a ese taxista, no sabe que hubiera pasado de no llegar él. Tenía las uñas ensangrentadas del forcejeo por liberarse, aunque poco pudo hacer. Al día siguiente cuando se lo contó a sus compañeros del instituto, los pobres les enseñaban las palmas de las manos para que comprobara que ellos no habían sido.
Varios días después salió en las noticias que un preso había escapado de la prisión, que estaba a unos doscientos metros de dónde ocurrió el ataque; ya lo habían detenido, era un peligroso delincuente que cumplía condena por violación y robo a mano armada, con varias muertes a sus espaldas... Era una noticia habitual, las fugas de aquella prisión eran pan comido, por eso cuando decidieron cerrarla y trasladar a los reos a una alejada de la ciudad, respiró hondo.
Nunca olvidó aquella noche de invierno y cuando pensaba en ella se estremecía pensando cómo se sintió y la suerte que tuvo. mmhr/2020
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