Al
bajar del tren sacó un pitillo, buscó el encendedor y ¡vaya! no
estaba en el bolsillo de su chaqueta. Entonces recordó que en el
vagón restaurante un señor muy mayor le había pedido fuego. Total,
que lo había perdido. Era importante que lo encontrara, de hecho no
podía llegar a su destino sin el encendedor.
El
tren ya había seguido su trayecto.
Un
pasajero encontró en el pasillo un encendedor, parecía valioso. Por
un instante decidió buscar al revisor y entregárselo. Seguro que a
su dueño le gustaría encontrarlo. Empezó a observarlo. Era
plateado, tenía incrustradas unas piedras semipreciosas. Al tocar
una de ellas, se abrió una especie de compartimento minúsculo y
algo cayó de su interior. Buscó durante un largo rato y al fin vió
un cilindro dorado de proporciones casi microscópicas. Se agachó y
lo cogió. Entonces sintió que sus dedos se quemaban. Sintió un
dolor inaguantable y sus dedos se fueron descarnando a gran velocidad
y en menos de treinta segundos sólo quedaban sus huesos en el suelo.
Nadie
encontró explicación para aquel suceso. En el pasillo de un tren
había aparecido un esqueleto.
Cuando
leyó en el periódico la noticia supo enseguida que aquel esqueleto
y su encendedor habían estado en contacto. El prototipo de
destrucción instántanea IDP 543 no podía perderse y llegar a manos
del enemigo. Pero no sería difícil encontrarla, pues iría dejando
pistas fáciles de seguir.
Durante
toda la semana los periódicos no hablaban de otra cosa: un
misterioso esqueleto había aparecido en un tren. No habían
trascendido a los medios los datos del examen hecho por los forenses,
por lo que los mass media especulaban versiones inverosímiles que
ofrecían expertos en diversas materias: policías, médicos,
biólogos e incluso algún personaje experto en ocultismo. Se llegó
a decir que todo había sido una broma -de mal gusto- que se le
habría preparado al maquinista que hacia su primer trayecto para
esta compañía ferroviaria, vamos que era una novatada.
El
informe del forense determinó que los restos óseos encontrados
correspondían a un hombre de entre 30 y 40 años, de 1'80 de
estatura, al que le faltaban dos falanges del dedo corazón de la
mano izquierda. No sabían casi nada más, probablemente
correspondían a algún pasajero por lo que publicaron estos datos
por si pudiera ser alguien que había desaparecido. No había restos
de ninguna sustancia, los huesos estaban totalmente desprovistos de
otros restos orgánicos, estaban limpios y relucientes, no habían
estado enterrados,...era todo un misterio.
El
IDP 543 contenía hasta seis cilindros dorados en otros tantos
compartimentos secretos, lo que significaba que iría dejando un
rastro de aquellos que lo manipulasen. La multinacional para la que
trabajaba llevaba años subvencionando su investigación desde que
les presentó el proyecto. Habían guardado en secreto toda la
investigación, pero una de las últimas memorias entregadas había
desaparecido por lo que era esencial encontrar el prototipo. El IDP
543 no tenían un gran coste de producción pero su valor era
incalculable y su inventor tenía la intención de hacerse
millonario. Durante años había trabajado en diferentes
multinacionales y Estados sin conseguir salir de la mediocridad, era
ambicioso y ¡por fin! había llegado su fortuna. Nunca aspiró a
obtener premios o galardones por su trabajo, solo quería ser rico,
riquísimo, sin importarle las consecuencias éticas de su invento.
El IDP 543 siempre iría unido a su nombre (Ian Douglas Perkins) como
la guillotina al Dr. Guillotin.
En
la comisaría central, Frank Silver, jugueteaba con su encendedor; lo
había sustraído del tren cuando fueron a inspeccionar el esqueleto.
Le gustó desde el primer momento, lo vió a unos dos metros de los
restos, brillaba, observó que ningún compañero ni el forense
miraban en esa dirección y lo guardó en su bolsillo. Su compañero,
Albert, se acercaba con los cafés por lo que se lo guardó
rápidamente en el bolsillo de su pantalón. Tomaron sus cafés y
recibieron una llamada del comisario, tenían un aviso de reyerta en
un bar de la calle 15...
El
Dr. Perkins tenía tres días como máximo para llevar el prototipo a
la reunión del consejo de dirección de la multinacional.
En
la comisaría Frank hacía el informe de la pelea para entregar al
comisario. Cuando lo terminó se dirigió al despacho de este y lo
dejó en su mesa; como no estaba el comisario aprovechó para echar
una mirada y cogió una pluma que le llamó la atención guardándola
en el bolsillo del pantalón. Entonces fue cuando notó que faltaba
el encendedor. No recordaba haberlo sacado, ¿dónde lo habría
perdido?
En
el bar de la calle 15 los empleados se afanaban por limpiar y ordenar
el local después de la pelea. Michael, uno de los camareros encontró
un encendedor con aspecto de valer bastante y se lo entregó al
encargado. Seguro que su dueño volvería por él. El encargado lo
puso en un cajón de la mesa del pequeño despacho que había tras la
cocina. Dos horas después cuando todos se habían marchado, lo sacó,
lo observó y decidió quedárselo. Apagó las luces, cerró las
puertas y decidió que ya era hora de fumar un cigarrillo. Sacó el
pitillo, lo encendió y cuando iba a guardar el encendedor en su
chaqueta notó algo que se movió, sí era un minúsculo
compartimento en uno de los ángulos, allí dentro había un cilindro
pequeñísimo, como una pila minúscula que intentó sacar agitando
el encendedor. Tras varios intentos se desprendió y pudo cogerla, no
sin antes tirar el cigarrilo que le estaba quemando los labios. Lo
puso en la palma de su mano y prontó sintió que le quemaba ¿qué
era aquello? No pudo pensar nada más. En la acera quedó su
esqueleto...
Pasaron
horas hasta que alguien que pasaba por allí lo descubrió y llamó a
la policía.
Thomas
llevaba muchos años rebuscando en los contenedores de basura. Como
otros "sin techo" llevaba un carrito de supermercado lleno
de sus pertenencias (hoy había encontrado una botas que le vendrían
muy bien). Vio algo que brillaba en el suelo, se agachó y cogió el
encendedor. Tenía incrustadas piedras de colores en el metal dorado,
no se le ocurrió que fuera valioso pero le gustó y se lo quedó...
Al
día siguiente los periódicos traían grandes titulares ¡DOS
ESQUELETOS HAN APARECIDO! rodeados del mismo misterio que el del
tren. Uno en la puerta de un bar de la calle 15 y otro muy cerca, en
un cajero automático donde solían dormir algunos "sin techo".
El
Dr. Perkins tomó nota de la dirección. Tenía que encontrar el IDP
543, ya iban tres muertos, el pánico se extendía por la ciudad.
Buscó por la zona, con discreción pero no lo encontró.
Marla,
la limpiadora del banco donde encontraron uno de los esqueletos,
limpiaba el lugar después de irse la policía; detrás de un macetón
encontró el encendedor y se lo quedó. Su marido se pondría muy
contento cuando se lo diera. Cuando volvía a casa llevaba su mano en
el bolsillo del abrigo, sus dedos tocaban, acariciaban el encendedor
y pensaba en su marido. De repente, empezó a sentir un ardor en sus
dedos ¡se estaba quemando!
Quedaban
dos días para la entrega del prototipo cuando en las noticias de la
ABC anunciaron que habían encontrado el cuarto esqueleto cerca de la
estación de metro de la calle 14.
El
Dr. Perkins se dirigió hacia allí con la esperanza de hallarlo
antes de que llamara más la atención. El caso de los esqueletos
tenía a la ciudad aterrada. Aunque los informes del forense no
decían nada nuevo, solo datos como los del primero sobre la edad,
sexo y complexión, la gente pensaba que un loco andaba suelto y
rociaba con ácido a sus víctimas. Así que ya se hablaba del
"asesino del ácido". Nada más lejos de la realidad.
La
secretaria del presidente de la multinacional llamó al Dr. Perkins
para recordarle que la reuníón se celebraría el viernes a las
15:00 horas. Tenía que apresurarse en encontrarlo.
Frank
Silver no podía creer la suerte que tenía, había encontrado el
encendedor, pero lo que no podía creer es que estuviera junto al
último esqueleto encontrado. Era un misterio, pero, bueno, ya estaba
en su poder. De vuelta a la comisaría Albert le dijo que le había
visto guardarse algo de la escena del crimen en el bolsillo; hacía
tiempo que había notado la afición de Frank por apropiarse de lo
ajeno, no solían ser objetos valiosos pero en algunos casos, como
este, podían ser esenciales para esclarecer el caso. Frank se lo
enseñó y Albert lo tomó en sus manos, le dio la vuelta, le pareció
un objeto muy singular, nunca había visto nada igual. Pararon ante
un burger y Frank salió a comprar unas hamburguesas mientras Albert
seguía embelesado con el encendedor. Miraba las piedras, seguro que
el encendedor era de algún millonario, entonces sintió que una de
las piedras se levantaba dejando un minúsculo compartimento abierto.
En el interior había un pequeñísimo cilindro dorado, intentó
extraerlo con la uña y entonces empezó a sentir quemazón en el
dedo...
Cuando
Frank volvió descubrió aterrorizado el esqueleto de su compañero
sobre el volante. Asustado empezó a gritar, la gente se arremolinaba
alrededor del coche patrulla. Entre los curiosos estaba el Dr.
Perkins, quién hábilmente y con sumo cuidado abrió el coche para
llamar pidiendo ayuda pues el otro policía seguía histérico. Allí
a los pies de lo que quedaba de Albert estaba el IDP 543, lo recogió
y para cuando llegaron la ambulancia y dos coches de policía, él ya
se había alejado.
Aún
quedaba un cilindro en el interior, menos mal. Podría hacer la
demostración en la reunión del consejo. Estaba en su casa, tenía
que preparar la presentación para el viernes. Para la demostración
había pedido que le llevasen un chimpancé del laboratorio a la sala
de reuniones, enjaulado por supuesto. Ya en los ensayos había
utilizado varios. Resultaba obvio que el efecto en humanos era todo
un éxito. La policía no averiguaría nada y cerrarían el caso.
Quizás con el tiempo cuando el IDP 543 se usara como un arma de modo
habitual alguien relacionara los esqueletos con ella...
Llegó
el viernes. El Dr. Perkins estaba en la sala ante el consejo de
dirección. Junto a él en una jaula estaba el chimpancé. Hizo la
presentación del proyecto. Evidentemente podría aplicarse a otros
objetos cotidianos, tener más o menos cilindros...Había causado
gran expectación, querían ver la demostración. Se murmuraba cuánto
podrían ganar con el IDP 543.
El
Dr. Perkins tomó el encendedor que tenía en su maletín, y se
acercó a la jaula. Empezó a juguetear con él para llamar la
atención del chimpancé, que sacó el brazo y se lo quitó de la
mano. El primate lo miró, lo olió y lo lanzó fuera de la jaula.
Perkins, irritado, lo recogió y pronto sintió que su mano se
quemaba..., al instante solo quedó un esqueleto sobre la alfombra.
Sí, había caído ciego por su ambición víctima de un invento
terrorífico. Al caer el encendedor al suelo de manera violenta, se
había abierto uno de los resortes y... mmhr/2014
Gracias,
Xabier, por animarme.
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