Y ahora ¿qué? ¿Es que había enloquecido? No sabía quién era ni dónde estaba. Siguió caminando de un modo errático, dejando que sus pies lo llevasen hasta ¿su casa? No reconocía nada de cuanto le rodeaba…¿Cómo había olvidado hasta su nombre?
Harto de vagar por las calles de aquella ciudad gris se dirigió hacia un parque que había cerca. Siguió caminando un poco más bajo una rosaleda que le regaló el perfume de sus flores. Ese olor le resultaba familiar; se fijó en un niño que jugaba con la tierra haciendo una montaña por dónde subía un caballito de juguete. Ese niño …, él conocía a ese niño, era Héctor, el hijo de su vecina Luisa, la amiga de su mamá. Héctor era su mejor amigo, iban juntos al cole. Pero ¡qué disparate! ¿Cómo iban a ir juntos al cole si él era un hombre maduro? No entendía lo que estaba pasando. Entonces oyó una voz que le llamaba, sí, a él, “Andrés, Andresitooo, ¿dónde estás? ¿Dónde te has escondido? Ven o me enfadaré y te quedarás sin merienda”.
Él era Andresito, su mamá lo estaba buscando y él, aunque había recordado su nombre y empezado a recordar a su amigo y a su madre, tenía toda la certeza de ello, no reconocía nada más del entorno ni sabía qué había ocurrido. Su madre se veía más joven que él mismo. Una locura. Recordó que estaba jugando con Héctor, con la arena, cuando decidió ir a los columpios, se montó en uno y empezó a balancearse fuerte, cada vez iba más alto, más alto y ya no recordaba nada más que su vagabundeo por las calles hasta llegar al parque. mmhr/2014