El frío la despertó, sentía la humedad en sus huesos. Clara se envolvió en la bata, intentando entrar en calor, y se asomó por la ventana. La tarde se iba, la gente, protegida del frío con gruesos abrigos, deambulaba cargada de regalos navideños.
Necesitaba salir, hablar con alguien...Se dio una ducha caliente y se vistió. Bien abrigada bajó a dar un paseo, caminando sin rumbo por las calles adornadas con luces de colores. En los comercios sonaban villancicos. Se sentía extraña, como si fuera otra persona, su vida había dado un giro. Las circunstancias la habían llevado a esta ciudad, provinciana, lejos de todos sus conocidos pero no importaba, saldría adelante.
Frente a ella en la plaza, el letrero luminoso del Café de París parecía llamarla, entró y una oleada de calor la acogió. Tomaría un expreso. Encontró una mesa libre en un rincón, junto a la ventana de cristales empañados, se despojó del abrigo y se sentó. La cafetería estaba llena, tardarían en servirla.
Se asustó al oír a la camarera preguntar qué quería; estaba sumergida en sus pensamientos y no la oyó. La pobre muchacha se disculpó y tomó nota del expreso. El café la reconfortó. Mañana empezaba a trabajar en un lugar nuevo pero, estaba acostumbrada...
Después del café estuvo paseando, deambulando por las callejas viendo a la gente eufórica con las últimas compras, regalos y más regalos, en fin, algo de lo que este año se libraría; como estaba sola no tendría que hacer esas compras que, a veces, le habían emocionado.
A las siete de la mañana sonó el despertador desafiante. Se sentía muy animada, tarareaba una canción de Phil Collins. Eligió un traje pantalón de color gris, una camisa color melocotón, zapatos cómodos y se puso un grueso abrigo. Desayunaría en el camino, en cualquier bar cercano a la facultad.
Grupos de estudiantes se dirigían a clase con premura (por el frío, seguramente). Entró en la secretaría y se presentó. Carmen -así dijo llamarse-, la ayudante del decano, la estaba esperando. El decano estaba en un congreso, así que ella se encargaría de informarle sobre todo lo concerniente a sus clases.
****
En
otro lugar de esa misma ciudad, Marta aceleró el paso hacia el Café
de París. Llovía incesantemente. Se había refugiado en aquel café,
que era su favorito desde hacía tiempo. Pidió un té y al poco
tiempo, el camarero le sirvió una tetera humeante de la cual emanaba
un dulzón y agradable aroma a canela y menta.
Mientras se tomaba
una taza, a pequeños sorbos, lentamente, miró a través de la
ventana empañada por el calor del local. La gente se apresuraba de
aquí para allá, calándose bajo la lluvia. Se estremeció, un
espasmo de frío le provocó un ligero temblor y le obligó a echarse
el abrigo sobre los hombros.
Aquel café se encontraba en una
plaza de la cual partía una alameda. Los árboles desnudos se mecían
con el viento...
Desde
hacía años, su empresa la enviaba a esa ciudad para presentar la
nueva campaña de sus productos. Siempre en la misma fecha, era la
campaña navideña. Siempre la lluvia era la protagonista en los
pequeños ratos libres y su refugio, el Café de París. Le hubiera
gustado ir alguna vez en primavera y pasear bajo los álamos, y oler
las rosas de los jardines...
Se sirvió otra taza y empezó a
recordar la segunda vez que estuvo allí. Ese año no había ido
sola, la había acompañado Esther, su secretaria. Tenían que ver a
uno de los clientes cuando, de pronto, les sorprendió un aguacero y
buscando donde protegerse, encontraron este café. Fue Esther la que
pidió esta variedad de té, y a ella le gustó tanto, que ya siempre
lo pedía.
Recordó a Esther, una vez más. Imposible no recordar.
Tendría que haber dejado de ir a esa ciudad y a ese café. El aroma
de su taza le hacía evocar a su secretaria, lo que le producía una
extraña y dolorosa sensación.
Habían charlado mientras
esperaban a que escampara. Esther llamó al cliente y atrasaron la
cita para una hora después de la concertada. Era una chica muy
agradable y eficiente. Además prefería ir acompañada, y sus jefes
no pusieron ningún problema cuando les dijo que viajaría con
ella.
Esther, se disculpó, y fue un momento al baño, dejando
caer su abrigo en la silla.
Pasaron quince minutos y Esther no
volvía. El móvil empezó a sonar con una cancioncilla vulgar y al
poco se calló.
Veinticinco minutos. Le pareció mucho tiempo.
Iban a llegar tarde a la cita y no se lo podían permitir, la empresa
necesitaba a aquel cliente.
Bueno, quizás se estaba retocando, pero, su móvil volvió a sonar. Miró la pantalla sin atreverse a contestar. No le parecía bien, podía ser alguna llamada privada. Era una llamada oculta.
Treinta
minutos. Se levantó y fue hasta el baño. Pensó que tenía que
haber ido antes, ¿y si le había ocurrido algo? El baño estaba
cerrado. Llamó y nadie respondió. Volvió a llamar, pero nadie
respondía.
Salió, se acercó a la barra y le explicó al
camarero lo que ocurría. Este, tomando la llave, fue con ella e
intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada por dentro... Entonces,
empezó a empujar, fuertemente, hasta que una fuerte patada hizo
saltar el pestillo...Allí ¡no había nadie!
Le dijo que eso era
imposible, la había visto entrar, no le cabía la menor duda, y no
había salido. Su abrigo, su móvil estaban allí en la mesa. El baño
no tenía ventana, pero Esther había desaparecido, sin dejar rastro,
delante de sus narices y no volvió a saber de ella.
****
Clara se acostumbró al Café de París y casi todas las tardes de camino a casa se detenía a tomar un expreso. Los días navideños pasaban pero la gente seguía invadida por el consumismo característico de nuestra sociedad. Aquel día el café estaba atestado, no quedaba una mesa libre, ni siquiera podía acercarse a la barra. Se dirigió al servicio, había cola..., esperó su turno pero cuando iba a entrar se le cayó el bolso desparramando todo su contenido; estuvo recogiendo sus cosas y cuando terminó se dio cuenta que se había quedado sola. Bueno, por fin podría entrar al baño. No podía abrir la puerta, parecía atascada o ¿es que aún quedaba alguien dentro? Empujó con el hombro y la puerta cedió...¡Oh! ¡Estaba ocupado! Se disculpó saliendo rápidamente. Unos minutos después salió la chica dirigiéndose al lavabo...y allí seguía, mirándose en el espejo con una rara expresión cuando Clara terminó de lavarse las manos.
El café estaba bastante despejado cuando Clara volvió del servicio. Se sentó en una mesa a esperar su expreso. Le encantaba ver como la camarera, sin preguntarle ya, le servía el expreso a su gusto. Llevaba un par de semanas pero aún no había salido con nadie de la facultad, la verdad es que le gustaría conocer gente, hacer amigos, quizás era pronto.
Vio a la chica que se dirigía hacia donde ella estaba, no, fue hasta la mesa de al lado y, no supo que pasó pero se formó un revuelo, había una mujer en el suelo, desmayada...La estaban atendiendo. Cuando volvió en sí no dejaba de repetir ¡No es posible! ¡No es posible! dirigiéndose a la chica del baño, la rara, que se estaba sirviendo una taza de té. ¿De dónde sales Esther? ¡Estás igual que el día que desapareciste! Esther miró a Marta, tomó un sorbo de té, no sabía de qué estaba hablando, sólo había ido un momento al baño y girándose hacia Clara le dijo que ella lo podría corroborar, pues habían coincidido en los lavabos...
****
Es primavera. El Café de París tiene su terraza llena y animada; en una de sus mesas tres amigas conversan, recuerdan cuando se conocieron. Clara las conoció, a Marta y a Esther, en este lugar, hacía varios años. Marta había ascendido, era la directora de la nueva delegación de su empresa en esta ciudad provinciana; Esther siguió con ella como secretaria; Clara, había encajado bien en la facultad. El decano, sus compañeros, los alumnos..., aquella ciudad provinciana..., sus dos amigas...La camarera se acerca, sirve un expreso a Clara y deja una tetera humeante que desprende un olor a canela y otras especias, para Esther y Marta. Esta le contaba la desaparición de Esther unos años antes de que las tres coincidieran allí; Clara nunca supo porqué se inventó esa historia, parecía obsesionada con ella. Esther se reía, mientras se tomaba la taza de té, no entendía nada, ¿por qué Marta se inventó aquella historia de su desaparición? Tampoco le explicó nunca qué hizo con su abrigo y su móvil y por qué cada vez que necesitaba ir al baño, la acompañaba. mmhr/2016
2 comentarios:
Realmente interesante...
Saludos
Me alegra que te lo parezca, Mark. Saludos.
Publicar un comentario